miércoles, 16 de marzo de 2016

Relato muy corto.


La muerte le salía por los poros. Como una especie de sudor frío y pestilente de brillo opaco. Y una mueca que tenía algo de graciosa adornaba su fija mirada, reflejados levemente en su retina los últimos colores de la agonía. La postura imposible de su cuerpo tendido hacía sospechar la rotura de los huesos principales, cerámica fina que no habría resistido el impacto.

- Debe haber caído desde muy alto…
- Lo menos desde el sexto.

Ninguna sangre adornaba la escena. La más que probable hemorragia interna evitaba el siempre desagradable aroma dulzón, y las innecesarias miradas de repugna. Su cuerpo actuaba como un contenedor que delimita la vida de la muerte, el cristal opaco que separa con templada seguridad lo negro y lo blanco.

- Se ha reventado por dentro, fijo.
- A la fuerza…

Nadie confesaba conocerle. La muerte siempre es anónima y distante, y lo que antes eran ojos amigos se vuelven mirada extraña cuando el velo del último aliento los cubre. Tan solo algún vistazo rápido, temeroso, para aliviar y reconciliar una conciencia que está cómoda vestida de ignorancia. Además, el muerto tenía los ojos azules y daba mucho respeto asomarse en aquel mar de cielo tormentoso.

- Si es que parece que te está mirando…
- Quién sabe, lo mismo.
- ¡Calla, hombre, calla! No me jodas…

Sin quererlo era imposible no reparar en la dentadura destrozada, varias piezas esparcidas por la acera como un juego de canicas, pequeñas tabas que algún brujo hubiera arrojado sobre la mesa para leer el futuro. Y la lengua magullada entre asomaba por las quijadas, negruzca, como la del ganado enfermo al que le coagulan mal las ganas de vivir. Pero la mueca tenía algo de graciosa. Un desdén por la estética o quizá un guiño canalla a los atribulados espectadores.
Era un cadáver elegante. La muerte gusta de envolverse en finas telas de colores discretos, reservados. Zapatos de alta escuela para el último vals, corbata impecable. Se diría que había quedado con ella para cenar, esperando distinguido la cita a la que nadie quiere llegar tarde. Los nervios le habrían hecho vestirse antes de tiempo esperando que el barniz de la prestancia los calmara. Pero ninguna elegancia queda en un amasijo de carne y huesos cuando el alma lo abandona.

- Te digo yo que se ha tirado.
- No corras tanto, adversario.
Ni siquiera el negro cielo -callado y constelado- prestaba gran atención a la escena. La luna hermosa se compadece mal con la muerte, y no tolera groseros gestos de fealdad bajo su brillo; a las pequeñas estrellas que surcaban el techo de la calle se les veía temblar levemente de asombro. Más lejos, donde el horizonte brumoso de la ciudad se mezclaba con la nada, estridentes luces azules y naranjas rebotaban contra los edificios. Y el creciente ruido de sirenas ahogaba los embrujados cantos de la noche en calma.
El alma le salía por los poros, presurosa e impúdica, pero eso no evitaba una mueca que tenía algo de graciosa ni la imposible postura de su cuerpo. Tampoco impedía la confusión de aquel espíritu desorientado, ni de aquellos ojos buscando respuesta mientras observaban atónitos lo que una vez fue.

- Ha faltado al justo amor de sí mismo, es evidente.
- Deja de citarme cuando te interesa.
- Por no hablar del amor al prójimo...

Entonces cayó ella.
Sin tanto ruido. El desnudo cuerpo femenino haciendo gala de su delicadeza hasta en el trance final; los huesos de mujer eran cuerda y los del hombre tosca percusión. Y tampoco hubo mueca grotesca, ni pequeñas tabas de brujo dibujando un futuro. Y la muerte que empezaba a escapar por sus poros tenía algo de hermosa, como si supiéramos que esas cenizas que disuelve el viento son el verdadero armazón de la belleza externa. Leve sangre adornaba la escena, simple exceso de un carmín que entraba en años.
Morían las últimas luces a la vez que morían los amantes -qué irse, qué apagarse- sobre la desvencijada acera. Y un callado lamento, ni triste ni alegre, se elevaba melancólico desde sus cuerpos.

- ¿Y ahora?.
- Ahora entramos en el asunto del libre albedrío.
- Ahhh... el libre albedrío...

La desnudez despierta más interés que la muerte, miradas intrigantes y contenidamente lascivas. Y un corro de reproches, de murmullos y teorías, circunda con rapidez un cadáver de mujer despojado. Los lutos ajenos entristecen levemente la pose, pero nunca calan la ropa como la lluvia de los propios. Se abrigaron uno contra otro, supliendo el inexistente cobijo contra la helada en una noche (no se si lo he dicho ya) callada y constelada. El primer policía en llegar masculló alguna sorda grosería sobre las turgencias de la carne.
No había ya tiempo que perder. Las causas, razones, motivos, circunstancias, y condiciones del suceso quedaban en manos de los uniformados, cuyo único afán era aislar y mantener la escena en un tragicómico revuelo. El que mandaba se les acercó, bigote en mano y cara de insomnio obligado, escupiendo preguntas.

- Nosotros no hemos visto nada...
- Nada de nada.
- ¿Y qué hacen aquí? ¿Mirando el paisaje? ¡Circulen hombre!

La muerte les salía por los poros, densa e infinita como un eterno chorro de aceite. Lutos ajenos resbalaban sobre la hermosa piel desnuda. Y una mueca fría y lasciva coagulaba muy mal con la elegancia de la noche.

domingo, 6 de diciembre de 2015

Poesías perdidas.



NACIMIENTO

Engendrada de hermosura brotas,
semilla de luna en cuarto creciente
que con sus carnavalescas formas
quisiera alcanzar la luna.
Nadie resiste tu belleza morisca,
tus profundos ojos de oriente,
los ornamentos que tu pecho cubren y ensalzan.
Mas tu peligrosa belleza nubla el cielo
engañando al que osa mirarte,
como aquellas figuras extrañas que de niños
nos mezclaban deseo con prudencia.
Y tus cabellos morenos esperan la siembra
que algún imprudente deje en tus raíces.


LA COLINA

¿Recuerdas aquel bosque en la colina?
Sobre la aldea de verano, ruidosa,
sobre las gentes y sobre los rumores,
subíamos a ese bosque.
Y las oscuras golondrinas nos espiaban
nuestros juegos adolescentes, nuestros besos.
¿Recuerdas aquel bosque en la colina?
Allí te amé muchas veces, joven, voraz,
sobre la hierba que nacía bajo los pinos.
¿Recuerdas la colina?
En ella te pregunté cuatro veces si me querías,
y sobre ella me dijiste cuatro veces que si.
¿Recuerdas?

AVARICIA

Desatas tu mirada sin miramientos,
torpe sonrisa pero efectiva para lo que buscas;
porque tu cuerpo aún no tiene bastante
y buscas con saña algo más que te alimente.
Y tu sed no conoce fronteras, ni rangos, ni estirpes,
va más allá de todo tiempo y razón.
Te empleas con astucia a toda hora, previsora
de llenar con sangre el agujero del saco
por el que pudieran huir todas tus conquistas.
Engendras dolor, llanto y remordimiento,
pasas por los siglos puliendo tu decadencia,
huyes del generoso como de carne macilenta
y sueñas con acabar tus días entre riquezas.

TRES AÑOS

Se mezclan a veces la ira y la ternura,
como si en ello nos fuese la misma vida
y danzan siluetas de difícil atadura
donde habían de bailar besos y caricias.
Son fantasmas que a su antojo
nublan la vista y el amor encharcan,
afanados en un presente opaco o luminoso
pero jamás conscientes de lo que ya tenemos.
Van y vienen,
vuelven y van, paseándose caprichosos
por el angosto espacio que nuestros labios separa;
tres años hace que allí moran, vecinos
ya de nuestras noches, de nuestras mañanas,
y como el viento que roza las altas sensaciones,
tormenta se tornan cuando nos amamos menos.
Tres años con nosotros, tres años enteros,
esperando atentos el imposible momento
en que tu y yo dejemos de querernos.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Sin importancia.


Se asustó.
No por la sangre, tantas veces vista, tantas veces probada. Ni por el cadáver. Al fin y al cabo era su trabajo lidiar con casos como este, donde la muerte y la sangre siempre estaban mezcladas, como si alguien no pudiera morirse sin sangrar, pensaba él. Tampoco fue la mueca grotesca del difunto lo que le asustó, ese gesto extraño del que comprende en su último segundo que la persona que ama le acaba de traicionar. Ni siquiera la certeza de que el siguiente iba a ser él fue lo que realmente le asustó
Cuando el cañón humeante que acababa de segar la vida de su socio se volvió apuntándole, tampoco fue la mirada triunfante del asesino lo que más le asustó. Al fin y al cabo era su momento de gloria, seguramente convencido de haber sido más listo que ellos dos, pensaba él. Y ese odio en sus ojos, brotando desde tan dentro que apenas lo contenían los lagrimales, tampoco fue lo que más le asustó.
Pero se asustó.
De no haberle dicho muchas más veces todo lo que la quería, de no haber sido para ella el árbol que siempre quiso de refugio, de no haber podido conseguir que su risa nunca desapareciera del ambiente, de morir sin haberla besado por última vez para que nunca hubiera olvido... De todo eso se asustó cuando el fogonazo del arma apenas le dejó tiempo para pensar en el resto de cosas sin importancia.

domingo, 4 de enero de 2015

Sol de invierno.

Llegó de puntillas y sin avisar, como el furtivo que espera dar la sorpresa definitiva. Llegó frío, impasible y terco. Y se instaló entre nosotros con la tibia esperanza de darnos luz, con ninguna esperanza de darnos calor. Pronto comprendió que sus caricias nada podían ante el hielo y las largas noches, que su primigenia calidez se apagaba como jirón de niebla antes de llegar a su destino. Aún así siempre volvía, una y otra vez remontaba el lejano horizonte para echar un vistazo al redondo mundo; y si ningún signo le hacía concebir esperanzas en su misión, tampoco ninguno le hacía desistir de su papel cotidiano, regentado por leyes inmutables y antiguas que nadie comprende bien. Simplemente se levantaba, cumplía su ciclo y volvía a dormir con la paz de alma del trabajo hecho.
Desconocía que miles, millones de pequeñas vidas esperan a diario su visita fugaz pero cálida. Que su mera supervivencia y perpetuación dependen de que él siga haciendo su monótono trabajo sin premio, sin aparente recompensa. Y esos millones de insignificantes existencias levantan sus ojos cada día hacia el distante horizonte esperando que aparezca con puntualidad natural, lúcido jinete asomando sobre el risco de sus vidas. Pues sobre el frío que lo cubre todo su visita deshiela la esperanza.
En la batalla entre azules y ocres el paisaje se descompone lleno de matices; el aire se corta envuelto en jirones de luz imposible. Los árboles desnudos enmarañan el espacio, tejiendo redes que capturan su luz como gotas de vida calmando latentes agonías. Es la cruenta lucha cotidiana, fábrica de paisajes de hermosura yerma, inanimada estampa de quietud y silencio. Y sin embargo toda vida aguarda su momento bajo la aparente capa de muerte; tras el gélido rocío, tras la corteza helada, tras el manto blanco.
Es este sol de invierno el que alimenta su futuro, prometiendo días de vino y rosas donde ahora sólo reina la calma. Y en los campos llenos de helada resignación corre el maravilloso rumor de que mañana volverá a visitarlos, quizá un poco más de tiempo que el día anterior.

viernes, 21 de octubre de 2011

Cese definitivo.


El titular era enorme, en letra perfecta de imprenta, a cuatro columnas. Bajo él largas hileras de letras borrosas explicaban la noticia, pero apenas tenía importancia tras aquellas enormes letras de cabecera. Repasó sin querer los cientos de veces que había editado titulares semejantes, con alguna variación insignificante, pero siempre llenos de la misma muerte, de la misma maldita muerte; una monotonía ajena por completo a las personas a las que aquellos textos dejaban desnudas, huérfanas de toda alegría por el resto de sus vidas.
Daba lo mismo el método. Coche bomba, tiro en la nuca. Daba lo mismo el método y el motivo, siempre pringado de ínfulas nacionalistas sin sentido, preñado de excusas marginales y carentes de razón. Al final de todo siempre flotaba la muerte, tan ilógica a sus ojos como una lluvia de otoño en el desierto.
Repasó el vídeo que acompañaba la noticia, con la necesidad anoréxica del que quiere seguir vomitando. Tres encapuchados, tres. Hablando en el idioma que odiaban, impasible el ademán. "Cese definitivo de la actividad armada". Quizá alguna de aquellas caperuzas ocultaría el rostro que su padre vió por última vez, quizá tras aquellos agujeros negros estaba el ojo guiñado que apuntó tiempo atrás.
Pensó que más de ochocientas almas debían estar revolviéndose en sus tumbas, mascullando entre dientes la maldición del que se siente desamparado, gritando en silencio la pregunta que nunca tuvo respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Y que esas mismas almas llorarían de rabia si llegaban a sospechar que su muerte, y por tanto su vida, podían ser en vano. Porque no hay mayor consuelo para el asesinado que su asesino pague, porque no hay otro consuelo para el asesinado que su asesino pague. Y la vida que alguien segó como trigo maduro merece que su asesino gaste la suya en intentar responder la maldita pregunta entre rejas.
Se imaginó unos segundos una historia distinta, una historia de familia, completa, sin la cojera triste de una muerte prematura. Pero deshechó el pensamiento enseguida, incapaz de soportar la idea de que el don de la vida pudiera depender de un hijo de puta con pistola. Y el gran, el magnífico, el esperanzador titular en perfecta letra de imprenta se nubló ante sus ojos.
El sonido vibrante de su teléfono móvil le sacó de su pantano afectivo, de la maraña de juncos que enredaban su cerebro haciéndolo más denso. La voz de su madre sonó como una llama de vela en medio de la tormenta.
- Hijo... ¿es verdad?
De nuevo otra pregunta maldita, otra pólvora mojada directa a su corazón. Dudó si contarle a su madre que los asesinos nunca tienen palabra, que quizá muchos acabaran de alcaldes en su pueblo, que la sociedad es tan temerosa que prefiere ser compasiva a ser justa. Que el dolor de cuarenta años puede sumirse rápidamente por las alcantarillas de la política, que la miseria humana tiene los límites del ancho y profundo mar. Pero fue incapaz de apagar aquella vela.
- Parece que sí, madre.
La edición de la tarde estaba lista, el tiempo apremia en noticias como ésta. Y fuera millones de ciudadanos esperaban los detalles. Repasó una vez más la portada de su periódico, corrigió, rectificó hasta conseguir el último titular de su carrera.

PUDRÍOS EN LA CÁRCEL

Sólo entonces comprendió que más de ochocientas personas en sus tumbas enmarcarían aquel número entre los tesoros escondidos de su memoria. Y, secándose las mismas lágrimas que vertió de niño, dió la orden de poner en marcha la rotativa.





viernes, 14 de octubre de 2011

Octubre


Octubre, ebrio y disperso,
que te derramas sobre el mundo
al amor de la lumbre
tiñendo de ocres el universo.
Carnaval de frutos secos y fecundo
castaño noble como techumbre
de los cielos plomizos en cuyo anverso
galopa alocado tu viejo bosque vagabundo.
Luna de otoño, luna que alumbra la incertidumbre
de las noches tristes en las que converso
con mi amor más sincero y más profundo;
luna bendita que iluminas por costumbre
los feraces huertos, antes feraces pero adversos,
mientras las frutas del bosque y la legumbre
adornan de bienes el campo moribundo.
Sinsentido cromático envuelto en rocío,
paleta divina de un pintor loco e inverso
que vuelca sus tintes y sus alcoholes en el azumbre
de su sueño antes lleno y ahora semivacío.
Octubre, ebrio, disperso y errabundo,
que asesina las hojas con saña y la mansedumbre
del chiquillo perverso.
Octubre, ebrio, disperso y meditabundo,
que lo llenas todo de decadencia y herrumbre,
¿no mereces siquiera un verso?



miércoles, 13 de julio de 2011

Soneto

Si miro tus ojos mi alma se apaga
y cuanto más me asomo, más me suena
una tonada de triste tambor y truena
en mi ser la sensación de ser como ráfaga

que enciende en vano en tu carne llaga;
piel que desprende amor y yerbabuena,
cruel ensalada de pasión y berenjena
en la que con gusto gastaría mi paga.

Sentido tengo por ti el amor a todas horas
y mis huesos encuentran en tí consuelo,
tal vez ni respetas ni tampoco añoras

los tiempos que lloramos nuestro desconsuelo
pintando de colores nuestro hogar a solas,
siempre prudentes, siempre sin formar revuelo.