domingo, 6 de diciembre de 2015

Poesías perdidas.



NACIMIENTO

Engendrada de hermosura brotas,
semilla de luna en cuarto creciente
que con sus carnavalescas formas
quisiera alcanzar la luna.
Nadie resiste tu belleza morisca,
tus profundos ojos de oriente,
los ornamentos que tu pecho cubren y ensalzan.
Mas tu peligrosa belleza nubla el cielo
engañando al que osa mirarte,
como aquellas figuras extrañas que de niños
nos mezclaban deseo con prudencia.
Y tus cabellos morenos esperan la siembra
que algún imprudente deje en tus raíces.


LA COLINA

¿Recuerdas aquel bosque en la colina?
Sobre la aldea de verano, ruidosa,
sobre las gentes y sobre los rumores,
subíamos a ese bosque.
Y las oscuras golondrinas nos espiaban
nuestros juegos adolescentes, nuestros besos.
¿Recuerdas aquel bosque en la colina?
Allí te amé muchas veces, joven, voraz,
sobre la hierba que nacía bajo los pinos.
¿Recuerdas la colina?
En ella te pregunté cuatro veces si me querías,
y sobre ella me dijiste cuatro veces que si.
¿Recuerdas?

AVARICIA

Desatas tu mirada sin miramientos,
torpe sonrisa pero efectiva para lo que buscas;
porque tu cuerpo aún no tiene bastante
y buscas con saña algo más que te alimente.
Y tu sed no conoce fronteras, ni rangos, ni estirpes,
va más allá de todo tiempo y razón.
Te empleas con astucia a toda hora, previsora
de llenar con sangre el agujero del saco
por el que pudieran huir todas tus conquistas.
Engendras dolor, llanto y remordimiento,
pasas por los siglos puliendo tu decadencia,
huyes del generoso como de carne macilenta
y sueñas con acabar tus días entre riquezas.

TRES AÑOS

Se mezclan a veces la ira y la ternura,
como si en ello nos fuese la misma vida
y danzan siluetas de difícil atadura
donde habían de bailar besos y caricias.
Son fantasmas que a su antojo
nublan la vista y el amor encharcan,
afanados en un presente opaco o luminoso
pero jamás conscientes de lo que ya tenemos.
Van y vienen,
vuelven y van, paseándose caprichosos
por el angosto espacio que nuestros labios separa;
tres años hace que allí moran, vecinos
ya de nuestras noches, de nuestras mañanas,
y como el viento que roza las altas sensaciones,
tormenta se tornan cuando nos amamos menos.
Tres años con nosotros, tres años enteros,
esperando atentos el imposible momento
en que tu y yo dejemos de querernos.

jueves, 17 de septiembre de 2015

Sin importancia.


Se asustó.
No por la sangre, tantas veces vista, tantas veces probada. Ni por el cadáver. Al fin y al cabo era su trabajo lidiar con casos como este, donde la muerte y la sangre siempre estaban mezcladas, como si alguien no pudiera morirse sin sangrar, pensaba él. Tampoco fue la mueca grotesca del difunto lo que le asustó, ese gesto extraño del que comprende en su último segundo que la persona que ama le acaba de traicionar. Ni siquiera la certeza de que el siguiente iba a ser él fue lo que realmente le asustó
Cuando el cañón humeante que acababa de segar la vida de su socio se volvió apuntándole, tampoco fue la mirada triunfante del asesino lo que más le asustó. Al fin y al cabo era su momento de gloria, seguramente convencido de haber sido más listo que ellos dos, pensaba él. Y ese odio en sus ojos, brotando desde tan dentro que apenas lo contenían los lagrimales, tampoco fue lo que más le asustó.
Pero se asustó.
De no haberle dicho muchas más veces todo lo que la quería, de no haber sido para ella el árbol que siempre quiso de refugio, de no haber podido conseguir que su risa nunca desapareciera del ambiente, de morir sin haberla besado por última vez para que nunca hubiera olvido... De todo eso se asustó cuando el fogonazo del arma apenas le dejó tiempo para pensar en el resto de cosas sin importancia.

domingo, 4 de enero de 2015

Sol de invierno.

Llegó de puntillas y sin avisar, como el furtivo que espera dar la sorpresa definitiva. Llegó frío, impasible y terco. Y se instaló entre nosotros con la tibia esperanza de darnos luz, con ninguna esperanza de darnos calor. Pronto comprendió que sus caricias nada podían ante el hielo y las largas noches, que su primigenia calidez se apagaba como jirón de niebla antes de llegar a su destino. Aún así siempre volvía, una y otra vez remontaba el lejano horizonte para echar un vistazo al redondo mundo; y si ningún signo le hacía concebir esperanzas en su misión, tampoco ninguno le hacía desistir de su papel cotidiano, regentado por leyes inmutables y antiguas que nadie comprende bien. Simplemente se levantaba, cumplía su ciclo y volvía a dormir con la paz de alma del trabajo hecho.
Desconocía que miles, millones de pequeñas vidas esperan a diario su visita fugaz pero cálida. Que su mera supervivencia y perpetuación dependen de que él siga haciendo su monótono trabajo sin premio, sin aparente recompensa. Y esos millones de insignificantes existencias levantan sus ojos cada día hacia el distante horizonte esperando que aparezca con puntualidad natural, lúcido jinete asomando sobre el risco de sus vidas. Pues sobre el frío que lo cubre todo su visita deshiela la esperanza.
En la batalla entre azules y ocres el paisaje se descompone lleno de matices; el aire se corta envuelto en jirones de luz imposible. Los árboles desnudos enmarañan el espacio, tejiendo redes que capturan su luz como gotas de vida calmando latentes agonías. Es la cruenta lucha cotidiana, fábrica de paisajes de hermosura yerma, inanimada estampa de quietud y silencio. Y sin embargo toda vida aguarda su momento bajo la aparente capa de muerte; tras el gélido rocío, tras la corteza helada, tras el manto blanco.
Es este sol de invierno el que alimenta su futuro, prometiendo días de vino y rosas donde ahora sólo reina la calma. Y en los campos llenos de helada resignación corre el maravilloso rumor de que mañana volverá a visitarlos, quizá un poco más de tiempo que el día anterior.