jueves, 17 de septiembre de 2015

Sin importancia.


Se asustó.
No por la sangre, tantas veces vista, tantas veces probada. Ni por el cadáver. Al fin y al cabo era su trabajo lidiar con casos como este, donde la muerte y la sangre siempre estaban mezcladas, como si alguien no pudiera morirse sin sangrar, pensaba él. Tampoco fue la mueca grotesca del difunto lo que le asustó, ese gesto extraño del que comprende en su último segundo que la persona que ama le acaba de traicionar. Ni siquiera la certeza de que el siguiente iba a ser él fue lo que realmente le asustó
Cuando el cañón humeante que acababa de segar la vida de su socio se volvió apuntándole, tampoco fue la mirada triunfante del asesino lo que más le asustó. Al fin y al cabo era su momento de gloria, seguramente convencido de haber sido más listo que ellos dos, pensaba él. Y ese odio en sus ojos, brotando desde tan dentro que apenas lo contenían los lagrimales, tampoco fue lo que más le asustó.
Pero se asustó.
De no haberle dicho muchas más veces todo lo que la quería, de no haber sido para ella el árbol que siempre quiso de refugio, de no haber podido conseguir que su risa nunca desapareciera del ambiente, de morir sin haberla besado por última vez para que nunca hubiera olvido... De todo eso se asustó cuando el fogonazo del arma apenas le dejó tiempo para pensar en el resto de cosas sin importancia.