Chorrea la tristeza por los muebles y el suelo,
noventa y siete por ciento de humedad,
suena en casa canción de amor y soledad
y no encuentro para tanto sudor algún consuelo.
Y no hay balada, ni lágrima en tu pañuelo
que recuerde del chorreo la brevedad,
ni más ni menos mirado por una sociedad
cuyo vicio es mirarse y no verse en el riachuelo.
Y canta Enrique con su voz aterciopelada,
gesto en mano, cariz siempre enjuto,
milagros de voz y de ritmo paren su garganta;
componiendo letras y sensaciones como zorro astuto
devorando mitos y pasados cual cruel Carpanta,
no es su milagro "pequeño" sino más bien diminuto.
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